viernes, 8 de febrero de 2008

Ruta Fúnebre




No conseguí nunca una boda, nadie me quería como esposa, quizás por fea o por flaca con aspecto fúnebre, siempre lo supe y no me había dolido nada hasta que en el velorio de mi difunto amor secreto la maldita suerte se rió de mi en la cara y caí en un desmayo conciente.

Nací sola bajo la sombra del llanto y las risas etílicas de los que querían un poco de mi soledad para su compañía.

Mi voz fue con calma entre el registro de una flauta dulce a la agudeza de un violín.

Con caravanas y con el oficio de ser mentirosa escuché a cuanta alma en pena pasaba por mi puerta.

No me enamoré, cuando ya debía ser una flor nunca lo fui.

Aprendí a cantar en varios idiomas y a reír como ríen las actrices famosas pero nadie quería mis besos de verdad, el sabor de estos no fue manjar para el prójimo.

Y no hubo sufrimiento no sentía malestar alguno, debe ser porque no vivía el miedo en mi, puesto que no hallaba maldad en la existencia.

Encontraba una fiesta dentro de mi cuerpo aunque por fuera los ojos anunciaban mi muerte espantando a los mortales que se vieran reflejados en aquel café oscuro que brillaba fallecimiento.

Muchos días pinte mis labios a lo femme fatale queriendo que alguien amara esa boca disfrazada y como resultado nadie vio su frescura virginal.

Pasaron muchas tardes en que el tejido fue lo único que tocaban mis manos, me quede sentada esperando que alguien oliera mi ansiedad, fue el tiempo de mi esclavitud, imaginando un tango entre mis dos manos que se movían para tejer, creyendo que mis extremidades se amaban apasionadamente.

Fue entonces entre unos de esos imaginarios bailes de manos en que conocí el abismo.

Caminó frente a mí y supe que había nacido para ver cuando él se durmiera, para apagar las velas de su mortuorio adiós.

Se convirtió en un Morfeo personal, sus visitas en los sueños me hacían sentir lo que ningún individuo quiso compartir conmigo y ya no me sentía pobre no obstante ser pobre nunca fue tristeza pero si registraba el vacío.

Cada jornada me saludaba a la misma hora, era nuestro secreto el conocer los minutos exactos en que la dirección de su vía era mi mirada.

Contemple así un amor que parecía de mentira pero al final un buen amor.

Hasta que, el aroma a coronas de flores se inclinó una mañana. Con una falda que sobrecargaba mis rasgos de cadáver me acerque a encender la primera vela, me senté junto a ella no conocía ningún rezo así que no recé y comencé a tararear en mi cabeza un himno que cantaban mis vecinos, viudos inmigrantes que la nostalgia consumía.

Luego de encontrar la melodía de aquel himno y dispuesta a cantar en voz alta interrumpe los imponentes sonidos de los instrumentos de bronces que siempre veía colgados o tapados en las casas de aquellos viudos, eran todos ellos los que venían con esos vientos gastados acompañados por esas voces que sangran al cantar, en ese instante me cambie de país y fui la más hermosa de aquel funeral en donde la música era la que hacia todo mi indeseable cuerpo en lo preciosidad mas inaudita, comprendí que lo que a la mayoría de las personas les parecía triste, en aquel país era solo más belleza.

Al callar, esos viejos músicos, el cuento de mi alegría más absoluta, cae en mi la peor de mis verdades la realidad que no percibí, la de no pertenecer, la de no encajar, la razón de no enamorar en este lugar, entendí que mi historia en este reducido mundo no recibirá medallas ni emocionados aplausos, es por eso que cada vez que la nostalgia de aquella nación que no me presento fronteras, aparece nuevamente no tardo en visitar a aquellos viejos que cantan sobre otros cielos, sobre inagotables viajes, sobre bodas, circos y funerales que avivan.


No hay comentarios: